martes, 12 de agosto de 2008

domingo, 10 de febrero de 2008

El Joven Manos de Monedas


Ti-ti-TIIIIIIIIIIIIIIIIIIII, ¡¡¡¡¡Ti-ti-TIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!!! suena el despertador. Abro un ojo y le doy gracias al techo de que sea viernes y tenga todo un fin de semana por delante después de una dura semana de trabajo.

Me levanto a trastabillones, no sin antes haber maldecido al inventor de los despertadores, y enfilo a la cocina con mi jugo de pomelo en mente y el primer café quíntuple de la mañana. Al más puro estilo somalí, trago como si nunca hubiese comido en mi vida, para luego meterme as fast as I can at this hour en la ducha. Renovado, salgo del baño, me emperifollo cual príncipe Carlos y repaso los headlines urgentes de la mañana. En eso recuerdo que tengo que llevar un cable USB que está sepultado en alguna parte del abultado closet (que sólo Dios sabe cuanto quiero ordenar).

Miro el campo de batalla en el que está convertido uno de los estantes, cuando lo veo brillar con rabia, como queriendo llamar mi atención en la forma más burda posible. Me alegro de que la epopeya hubiese sido tan corta y me río de mi irónico parecido a Gollum y su mentado anillo. Metiendo la mano en la caja de Pandora, tiro del susodicho cable con fuerza (de otro modo, me hubiese tomado toda la mañana), pasando a llevar, por supuesto, las torres de monedas de 50, 10 y 5 pesos, que a estas alturas, no son pocas.

Después de un estruendo que de seguro debe haber despertado al vecindario en pleno, analizo el desastre y me pregunto por qué tengo tantas monedas fabricando telarañas. La respuesta no tardó mucho…el Transantiago y el retail eran los culpables.

Claro, hace poco más de una año atrás, cuando las gloriosas micros santiaguinas pintaban a la ciudad de amarillo y negro como un panal psicodélico y bizarro sacado del pincel de Dalí, existía un mutualismo entre el transporte público y el comercio.

Las brillantes mentes del marketing se han venido empeñando en hacer que todo lo comerciable termine en “nueve noventa” para que los compradores incautos (en especial, personas que no tienen mucho que hacer durante el día, ustedes entenderán) digan “mi amor, mira lo que compré por 19 mil pesos” cuando en realidad pagaron prácticamente veinte.

Evidentemente, esta genialidad de la ingeniería contemporánea no hace más que hinchar los bolsillos con monedas inútiles que no sirven para nada más que para pagar el transporte público. En efecto, cuando esta ciudad pasaba por mejores años (dorados, comparados con el presente), este mutualismo “paulmanniano” funcionaba de maravilla. Siempre podía pagarse con sencillo y deshacerse del estorbo metálico.

¿Qué pasa hoy?, simple. El “nuevenoventismo” sigue tendiendo trampas maquiavélicas a la masa, mientras, por su lado, el transporte público pasó a adoptar la Barely Important People card, más conocida como BIP. Signo de desarrollo y seguridad, esta tarjeta es la protagonista y cara visible del proyecto que pasó a ser un sustantivo común para referirse a algo caótico.

El problema que surge es que esta tarjeta se carga con dinero cada cierto tiempo, dependiendo de la cautela del usuario. Y entonces, cuando vamos al super-mega-duper-hiper-mercado, o a una de sus innumerables variantes, y juntamos las preciadas piezas o’higginianas, no hacemos más que llevarlas a nuestras casas y relegarlas al olvido, con la esperanza de juntar un lote digno de depositar en la BIP. Obviamente, ese minuto nunca llega y el montículo que finalmente se forma, nada tiene que envidiarle al monte Sinaí.

¿Quién podría llegar a pensar que el “transporte” público llegaría a ser tan apocalíptico como para afectar mi propia casa, llenándola de desorden y telarañas dignas de una película de Burton?

En fin, “al mal paso, darle prisa” como diría alguien sabio, así que bueno sería idear algo que hacer con don Bernardo y compañía (no se aceptan genialidades como donaciones a instituciones varias, miren que el comercio y la televisión se encargan de que los niños, enfermos, ancianos y demás coman mejor que el obispado mismo).


Nota al margen: No soy experto en política monetaria ni bancos, pero creo que como va el asunto de la inflación, de poco está sirviendo la moneda de 100 pesos (ni hablar de las demás). El único beneficio que tienen es acallar el chirrido que tiene por voz la nefasta subespecie estacionadora de autos. Bueno sería sacarle un par de ceros al peso chileno.

domingo, 3 de febrero de 2008

A Volodia, con amor…


Adiós Volodia… Adiós paladín de la justicia, la libertad y la verdad.

El 31 de Enero pasado nos dejó uno de los hombres más controvertidos del movedizo y obscuro siglo XX chileno. Amigo personal de marxistas connotados como Pablo Neruda y Salvador Allende, Volodia destacó por ser un defensor acérrimo de sus ideales y luchar, desde su cómoda y segura morada moscovita, contra el régimen totalitario, descarnado y terrorista del “dictador”. Sí, este héroe “demócrata”, como muchos lo califican, fue uno de los pilares del Partido Comunista de nuestro país, llegando incluso a rearticularlo tras la caída estrepitosa del régimen de la Unidad Popular.

“Demócrata”… sin duda era un demócrata. Como no serlo si hoy en día la democracia se entiende como “el derecho inalienable a pensar, elegir y promulgar el ideal que a uno más le plazca”. Sin embargo, este apelativo impuesto por las autoridades neo-marxistas que detentan el poder gubernamental chileno y más aún, por la prensa y canales supuestamente “católicos”, no es otra cosa que una falsedad y un oprobio a los filósofos de la antigua Grecia.

Como hablar de un demócrata si durante su vida entera aclamó al totalitarismo y a la dictadura del proletariado. Amante del comunismo y la subversión literaria y radial, Volodia engatusaba a la masa ignorante y manipulada, invocando, irónicamente, los ideales más repudiados por ellos mismos: la opresión, la muerte injustificada y el absolutismo.

Sin duda alguna, este criminal de la libertad debe haber disfrutado como el gobierno se arrodillaba frente al terrorismo encarnado en una mujer suicida, “defensora” de la causa indígena (y me perdonarán, pero doña Chepita es más huinca que doña Inés de Suárez y todos los conquistadores juntos). Y bueno, desde donde quiera que esté, llorará la caída de sus ideales opresores cuando la libertad, la justicia, la democracia y el antiterrorismo derroquen a la disminuida y acabada izquierda chilena que actualmente cae a pedazos.

Pero nuestro querido amigo nos deja una lección digna de analizar. El chileno ha de ser subversivo y defensor de su causa, ojalá lo más ilícita posible, para ser reconocido, admirado y recordado. No podemos darnos el lujo de ser héroes de la Patria y derrocar regímenes absolutistas como otrora lo hicieran tantos chilenos y chilenas patriotas (y que al momento de su muerte no recibieron ni las gracias, ni el recuerdo, ni nada, ni siquiera de parte de sus más cercanos amigos y “colaboradores”).

Bueno... ¿qué queda entonces después de la partida del tío Volodia? Simple. El terrorismo se está rearticulando y los ideales marxistas, retocados en “libre mercado” y pomposos tratados internacionales tras una cirugía plástica de casi 40 años, ganan cabida en nuestra democrática sociedad. Pues bien. Hemos de estar preparados y defender la libertad y la Patria contra la opresión. Invocar a la libertad y defenderla, hecho que muchas veces, aunque no se prefiera, se materializa en formas metálicas. Esperemos entonces que el comunismo, y todas su manifestaciones “farandulescas” y tragicómicas de la actualidad, sea desalentado por una vía intelectual poderosa o por otras más eficaces.

Que más da. Es la historia de Chile y no veo por qué no nos toque vivirla.

Sin más querido Volodia, esperemos que con tu partida mueran parte de (si no todos) tus anacrónicos, desvencijados y arcaicos ideales…

Que Dios te perdone…