domingo, 10 de febrero de 2008

El Joven Manos de Monedas


Ti-ti-TIIIIIIIIIIIIIIIIIIII, ¡¡¡¡¡Ti-ti-TIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!!! suena el despertador. Abro un ojo y le doy gracias al techo de que sea viernes y tenga todo un fin de semana por delante después de una dura semana de trabajo.

Me levanto a trastabillones, no sin antes haber maldecido al inventor de los despertadores, y enfilo a la cocina con mi jugo de pomelo en mente y el primer café quíntuple de la mañana. Al más puro estilo somalí, trago como si nunca hubiese comido en mi vida, para luego meterme as fast as I can at this hour en la ducha. Renovado, salgo del baño, me emperifollo cual príncipe Carlos y repaso los headlines urgentes de la mañana. En eso recuerdo que tengo que llevar un cable USB que está sepultado en alguna parte del abultado closet (que sólo Dios sabe cuanto quiero ordenar).

Miro el campo de batalla en el que está convertido uno de los estantes, cuando lo veo brillar con rabia, como queriendo llamar mi atención en la forma más burda posible. Me alegro de que la epopeya hubiese sido tan corta y me río de mi irónico parecido a Gollum y su mentado anillo. Metiendo la mano en la caja de Pandora, tiro del susodicho cable con fuerza (de otro modo, me hubiese tomado toda la mañana), pasando a llevar, por supuesto, las torres de monedas de 50, 10 y 5 pesos, que a estas alturas, no son pocas.

Después de un estruendo que de seguro debe haber despertado al vecindario en pleno, analizo el desastre y me pregunto por qué tengo tantas monedas fabricando telarañas. La respuesta no tardó mucho…el Transantiago y el retail eran los culpables.

Claro, hace poco más de una año atrás, cuando las gloriosas micros santiaguinas pintaban a la ciudad de amarillo y negro como un panal psicodélico y bizarro sacado del pincel de Dalí, existía un mutualismo entre el transporte público y el comercio.

Las brillantes mentes del marketing se han venido empeñando en hacer que todo lo comerciable termine en “nueve noventa” para que los compradores incautos (en especial, personas que no tienen mucho que hacer durante el día, ustedes entenderán) digan “mi amor, mira lo que compré por 19 mil pesos” cuando en realidad pagaron prácticamente veinte.

Evidentemente, esta genialidad de la ingeniería contemporánea no hace más que hinchar los bolsillos con monedas inútiles que no sirven para nada más que para pagar el transporte público. En efecto, cuando esta ciudad pasaba por mejores años (dorados, comparados con el presente), este mutualismo “paulmanniano” funcionaba de maravilla. Siempre podía pagarse con sencillo y deshacerse del estorbo metálico.

¿Qué pasa hoy?, simple. El “nuevenoventismo” sigue tendiendo trampas maquiavélicas a la masa, mientras, por su lado, el transporte público pasó a adoptar la Barely Important People card, más conocida como BIP. Signo de desarrollo y seguridad, esta tarjeta es la protagonista y cara visible del proyecto que pasó a ser un sustantivo común para referirse a algo caótico.

El problema que surge es que esta tarjeta se carga con dinero cada cierto tiempo, dependiendo de la cautela del usuario. Y entonces, cuando vamos al super-mega-duper-hiper-mercado, o a una de sus innumerables variantes, y juntamos las preciadas piezas o’higginianas, no hacemos más que llevarlas a nuestras casas y relegarlas al olvido, con la esperanza de juntar un lote digno de depositar en la BIP. Obviamente, ese minuto nunca llega y el montículo que finalmente se forma, nada tiene que envidiarle al monte Sinaí.

¿Quién podría llegar a pensar que el “transporte” público llegaría a ser tan apocalíptico como para afectar mi propia casa, llenándola de desorden y telarañas dignas de una película de Burton?

En fin, “al mal paso, darle prisa” como diría alguien sabio, así que bueno sería idear algo que hacer con don Bernardo y compañía (no se aceptan genialidades como donaciones a instituciones varias, miren que el comercio y la televisión se encargan de que los niños, enfermos, ancianos y demás coman mejor que el obispado mismo).


Nota al margen: No soy experto en política monetaria ni bancos, pero creo que como va el asunto de la inflación, de poco está sirviendo la moneda de 100 pesos (ni hablar de las demás). El único beneficio que tienen es acallar el chirrido que tiene por voz la nefasta subespecie estacionadora de autos. Bueno sería sacarle un par de ceros al peso chileno.

1 comentario:

Cristián Carbone dijo...

Bueno ver que volviste a las letras... debería hacer algo así. Sobre las monedas? Totalmente de acuerdo, tengo una torre de monedas de 10 pesos acumulando altura en mi propio closet, quiere postularse a los guiness. A Dios gracias, todavía sigo en la U, asi que el casino se encarga de quitarme aquel "peso" de encima, recreo a recreo, almuerzo tras almuerzo.
En fin, muerte a las monedas? No creo, quedan un par de cosas utiles todavía, como comprar el pan...y las maquinas de bebida. Descanso mi caso.