viernes, 20 de julio de 2007

¡Marrón Glacées!


Tarde invernal. Plenas vacaciones, el cielo está nublado, la chimenea está encendida y el sopor invade el ambiente. En ese minuto me salta ese típico pensamiento que he sentido desde niño cuando veía a mi madre esmerada en alguna receta: “¡Tengo ganas de cocinar!”…

Me levanto del sillón del living en el que estoy sentado divagando y me apresuro a los libreros de la sala de estar. Apenas entro, me clavo en la sección de cocina y tomo el libro más gordo y pesado que encuentro. Resulta ser “La Buena Mesa” de Olga Budge de Edwards (edición 1963). Lo abro, paso la dedicatoria de mi abuela Cristina a mi madre y llego al prólogo. Y ahí me encuentro con las palabras que me motivaron a redactar este artículo, que, por esta vez, no pretende ningunear ni ironizar a ninguna persona o situación (tal vez algo se me escape), sino sólo valorar el placer de la cocina.

“Les connaissances gastronomiques sont nécessaires à tous les hommes puisqu’elles tendent à augmenter la somme de plaisir qui leur est destinée”.

BRILLAT SAVARIN

El autor, según mi hermano mayor, experto en estos quehaceres, resultó ser un célebre gastrónomo, extremadamente influyente en su época, de quién no pretendo referirme más (creo que ya hemos tenido suficiente historia en los artículos anteriores)…

Di vueltas y vueltas por el libro, hasta que llegué a la sección de dulces, postres y demás, y entonces…¡Paff!…¡Marrón glacées!, pensé ingenuamente. Me vi tentado a preparar el célebre postre siendo que no contaba con absolutamente ninguna castaña… Pero qué importa…soñar es gratis.

En fin, repasé la receta para comprobar que lo que recordaba se acercaba a la receta verdadera. Efectivamente no estaba tan mal. La receta no incluye grandes ingredientes, sino sólo castañas, almíbar suficiente y una que otra vaina de vainilla. Sin embargo, mi sorpresa vino cuando leí el final de la receta, el cual quiero citar:

“…No hay que tapar la paila, para que se produzca la evaporación y el almíbar se vaya poniendo más y más espeso. Esto, naturalmente, demora mucho, a veces veinticuatro horas.”

(“Marrón Glacées”, La Buena Mesa, página 826, edición 1963)

¡¿24 horas?!...¿quién en su sano juicio –a no ser de que tenga una esclava, lo cual veo improbable por estos días- puede pasar 24 horas cocinando un almíbar a fuego extremadamente bajo? Además, hoy en día las personas (con un paladar ordinario) valoran “comidas” –si es que pueden clasificarse como tales- hechas en 24 segundos, no en 24 horas.

Claramente, esta receta necesita una pequeña actualización, trayéndola desde el siglo XVII al XXI. Este tiempo de cocción es extremadamente exagerado y nadie, por muy amante de la cocina que sea, puede pasar semejante cantidad de tiempo en esta faena.

A estas alturas, decidí resignarme a cocinar una de las tantas recetas que tengo en mi memoria, para así poder entretenerme en la lectura de algunas de las chifladuras retrógradas del libro, que incluyen ingredientes que en mi vida he probado o, en algunos casos, espero probar.

Es en este punto donde pensé, ¿qué ha pasado con la cocina? ¿Dónde ha quedado el placer por cocinar y disfrutar un plato refinado preparado con dedicación y estilo?...

La sociedad actual los ha reemplazado por emparedados fabricados en serie, servidos con una degeneración decadente de la fritura que alguna vez los franceses inventaron con tanto orgullo.

“Quiero un mac-algo con un no se qué” o “Quiero un combo tanto”, finalizado con la pregunta clásica “¿Coca cola es tu bebida?”, como si eso le diera el toque de refinamiento al conjunto, son las exigencias más pronunciadas por estos días. Ni hablar de la industrialización plástica de las pizzas… ¿Cuántos gastrónomos italianos estarán revolcándose en su tumba?, cavilé...

Los ejemplos son innumerables y se dan desde el plagio y americanización de la comida cantonesa hasta las violaciones a nuestra propia comida chilena.

Y es que el mundo, en la vorágine en el que está envuelto en esta era, ha perdido la capacidad de frenar para disfrutar de un buen plato preparado en el tiempo justo que requiere. No se necesitan grandes gastrónomos, grandes recetas ni grandes ingredientes, sino solamente, la dedicación necesaria para lograr el objetivo de hacer que una comida sea placentera. Se ha perdido el placer de cocinar, que surge en la selección dedicada y delicada de los ingredientes, y que concluye en la presentación final, a niveles artísticos, de la preparación.

Cada vez más, los tiempos dedicados a nuestras comidas son menores, a niveles que nos llevan a adquirir platillos burdamente prefabricados, definitivamente menos nutritivos que la versión original y, sin lugar a dudas, mucho menos placenteros. Pocos son los paladares que se atreven a mezclar ingredientes nuevos y a elegir los perfumes más adecuados a las preparaciones, atreviéndose a generar innovadoras creaciones. El hombre simplemente se complace con “microondear” la prefabricación que esté en oferta en el “hiper-giga-mercado” y que trate de parecerse lo más posible a lo que ha comido durante décadas.

Definitivamente amo la antítesis de la comida rápida: la comida lenta. Amo preparar mis propias comidas y disfrutar en unos minutos lo que me tomó una o dos horas preparar. Me encanta ir al mercado a comprar cuanto ingrediente y especia pueda y, si pudiera, iría hasta la feria para poder elegir las mejores verduras y frutas y, de esa manera, cocinar y disfrutar de una comida placentera –la cual acompañaría diariamente con una buena reserva de un Cabernet Sauvignon, un Carménère, un Syrah o un Merlot si pudiera…

Así que, querido lector, le aconsejo que se detenga un momento, abra algún libro de recetas o replique alguna que haya visto alguna vez, y se preste a disfrutar de un platillo preparado por usted, lo cual, per se, le da estilo y refinación. Por mi parte, continuaré escribiendo una que otra cosilla para mis incondicionales mientras disfruto de un corto de café turco y un posillo de Chocolate Denver Pudding -preparado por mí e indiscutiblemente recomendable para estas tardes de invierno- gentileza de doña Lucía Santa Cruz…
.

2 comentarios:

Pablo Donetch dijo...

Veo q lo estas pasando shansho shansho en tus vacaciones lo que está de maravilla.
Tu artículo está muy weno. Veo que estas usando palabras "complicadas" como vorágine y otras que ya no me acuerdo. Está muy bien.
Como ya he hablado bastante de tu estilo me voy a empezar a referir a tus contenidos.
Heché de menos alguna referencia, aunque sea irónica,a la histórica teleserie que tantas tardes de entreteción nos dió en nuestra infancia. ¡Más encima hubo Marrón Galcées 2! y aún así ni una sola mención. Te pasaste!!

Cristián Carbone dijo...

Una de las cosas que más temo de vivir sólo, comer lo que cocino. Gracias a Dios vivo con mi familia...todavía.