Después de haber disfrutado de una magnífica tarde de sábado, empapada por la ópera y el sol primaveral, uno podría llegar a pensar…¿qué puede salir mal? Pues bien, he aquí la historia…
A eso de las cinco de la tarde del sábado recién pasado, me encontraba yo en una de las sillas del Teatro Municipal de Santiago, esperando el comienzo de Die Zauberflöte, de Mozart. Luego de una electrizante obertura –matizada por una anciana senil que me irritaba con un papelito de dulces singularmente crepitante- y de innumerables arias y recitativos, el singspield terminó en una atronadora seguidilla de aplausos y vítores que, a mi juicio, fueron excesivos para la Reina de la Noche. Podría decirse, coloquialmente, que “anduvo güateando”, no sólo por su evidente obesidad, sino también por su desafinación en el aria Der Hölle Rache Kocht In Meinem Herzen. Sin duda alguna, Hannibal Lecter hubiese disfrutado un delicioso Chianti con el exquisitamente bien preparado hígado de la cantante.
Bueno, bueno; pero no es de la ópera de lo que quiero escribir, sino de lo que vi fuera del teatro. Acabados los aplausos, salimos a la calle para llegar al auto de mi muy buen amigo, personal e intransferible, que me regaló la entrada a la función. Cuando estábamos a tiro de piedra de la entrada del teatro, mis más profundos temores afloraron… Torciendo la esquina de una de las calles, veo pulular hacia mí a un ser arrancado del mismísimo averno. Instintivamente, mi mano abrazó mi cuello, como queriendo proteger desesperadamente mi vena yugular del ataque inminente que se avecinaba. Las pupilas dilatadas, el sudor frío y la sangre corriendo a galope tendido a mis piernas estuvieron a punto de hacerme el poseedor del record de los 800 metros planos. Sin embargo, cuando él (o ella, no logré darme cuenta) hubo avanzado unos cuantos pasos más, me di cuenta de que no era más que un mocoso irreverente vestido de negro y equipado con más púas que un cactus. Ni hablar del corte de pelo y el peinado que llevaba… de los más sui generis.
En fin, una vez recuperado del susto, él/ella/eso cruzó frente a mí, no sin antes ganarse, por supuesto, una mirada asesina de mi parte, como queriendo decir “que falta te hace el servicio militar” (gracias papá por la frase). En todo caso, debo agradecer al pseudo vampiro por inspirarme a escribir sobre las nuevas (o evolucionadas) subespecies que caminan, reptan, saltan, gritan, muerden y/o pinturean por la ciudad.
Y es que con tanto bicho raro, ¿quién no se resiste a un ninguneo? Enumero: Pelolais, Ondulais, Emo, Gótico, Pokemon, Skater, Biker, Poncio y sepa Dios que otra cosa más.
Que tragicómico tener que disfrazarse y aparentar algo tan discordante con la naturaleza humana para llegar a ser aceptado. Estas situaciones ya no pasan por el mero hecho de ser conservador o liberal en cuanto a costumbres entendemos. Lisa y llanamente, los padres han perdido el total y completo poder sobre los hijos, subyugándose la figura paterna a un mantenedor simplón e ignorante, incapaz de adaptarse a “los cambios” de la época.
Francamente, ¿quién es capaz de vivir con una persona que vive en una depresión crónica o con una pinturita cuyo mayor orgullo es juntar las palabras “gaia” y “lenda” en una misma frase? ¿Quién puede tolerar a una persona que confunde la cintura con los muslos, llevando los pantalones a alturas irrisoriamente desconcertantes?
Hace no más de un mes, mientras viajaba una de las maravillas del transporte público, subió una niña, de no más de 16 años, vestida de escolar que, literalmente, me hizo estallar de la risa en su cara. Por la expresión que puso, deduzco que ese era exactamente el efecto que quería lograr. Su “personaje” –porque dudo que pueda llegar a ser así realmente- consistía en la figura de una estudiante, de rasgos marcadamente caucásicos, pero con deseos irrefrenables de ser oriental. Sus ojos estaban pintados de modo que intentaba –porque no lo lograba- parecer una oriental, resaltando unos distinguidos y vistosos brillos rosados y dorados. Su pelo, teñido de todos los colores disponibles en el mercado nacional e internacional, hacían perfecto juego con un chupete fucsia que meneaba en su boca a más no poder…¡16 años!… I mean…get a psychiatrist urgently!!!
Debo decirlo –y me perdonarán mis lectores- ¿se supone que esta mierda es el futuro de Chile? Si tengo que compartir mi futuro con esta tropa de vagos, depresivos, payasos, simplones e ignorantes; prefiero seguir los consejos de Fray Luis de León en su “Oda a la Vida Retirada” y vivir en las montañas o, en su defecto, irme a una isla desierta a parlotear con cuanto primate encuentre (sin duda alguna tendrán algo más interesante que decir que la fauna nacional).
Honestamente, una buena paliza y un “¡a trabajar!” no vendrían nada de mal, miren que para ver imitaciones de personas y seres del sub-mundo, basta encender el televisor en las mañanas o en las noches… uno que otro opinólogo, intentos de periodistas y la Marlencita son suficiente ridiculez para el pueblo…
A eso de las cinco de la tarde del sábado recién pasado, me encontraba yo en una de las sillas del Teatro Municipal de Santiago, esperando el comienzo de Die Zauberflöte, de Mozart. Luego de una electrizante obertura –matizada por una anciana senil que me irritaba con un papelito de dulces singularmente crepitante- y de innumerables arias y recitativos, el singspield terminó en una atronadora seguidilla de aplausos y vítores que, a mi juicio, fueron excesivos para la Reina de la Noche. Podría decirse, coloquialmente, que “anduvo güateando”, no sólo por su evidente obesidad, sino también por su desafinación en el aria Der Hölle Rache Kocht In Meinem Herzen. Sin duda alguna, Hannibal Lecter hubiese disfrutado un delicioso Chianti con el exquisitamente bien preparado hígado de la cantante.
Bueno, bueno; pero no es de la ópera de lo que quiero escribir, sino de lo que vi fuera del teatro. Acabados los aplausos, salimos a la calle para llegar al auto de mi muy buen amigo, personal e intransferible, que me regaló la entrada a la función. Cuando estábamos a tiro de piedra de la entrada del teatro, mis más profundos temores afloraron… Torciendo la esquina de una de las calles, veo pulular hacia mí a un ser arrancado del mismísimo averno. Instintivamente, mi mano abrazó mi cuello, como queriendo proteger desesperadamente mi vena yugular del ataque inminente que se avecinaba. Las pupilas dilatadas, el sudor frío y la sangre corriendo a galope tendido a mis piernas estuvieron a punto de hacerme el poseedor del record de los 800 metros planos. Sin embargo, cuando él (o ella, no logré darme cuenta) hubo avanzado unos cuantos pasos más, me di cuenta de que no era más que un mocoso irreverente vestido de negro y equipado con más púas que un cactus. Ni hablar del corte de pelo y el peinado que llevaba… de los más sui generis.
En fin, una vez recuperado del susto, él/ella/eso cruzó frente a mí, no sin antes ganarse, por supuesto, una mirada asesina de mi parte, como queriendo decir “que falta te hace el servicio militar” (gracias papá por la frase). En todo caso, debo agradecer al pseudo vampiro por inspirarme a escribir sobre las nuevas (o evolucionadas) subespecies que caminan, reptan, saltan, gritan, muerden y/o pinturean por la ciudad.
Y es que con tanto bicho raro, ¿quién no se resiste a un ninguneo? Enumero: Pelolais, Ondulais, Emo, Gótico, Pokemon, Skater, Biker, Poncio y sepa Dios que otra cosa más.
Que tragicómico tener que disfrazarse y aparentar algo tan discordante con la naturaleza humana para llegar a ser aceptado. Estas situaciones ya no pasan por el mero hecho de ser conservador o liberal en cuanto a costumbres entendemos. Lisa y llanamente, los padres han perdido el total y completo poder sobre los hijos, subyugándose la figura paterna a un mantenedor simplón e ignorante, incapaz de adaptarse a “los cambios” de la época.
Francamente, ¿quién es capaz de vivir con una persona que vive en una depresión crónica o con una pinturita cuyo mayor orgullo es juntar las palabras “gaia” y “lenda” en una misma frase? ¿Quién puede tolerar a una persona que confunde la cintura con los muslos, llevando los pantalones a alturas irrisoriamente desconcertantes?
Hace no más de un mes, mientras viajaba una de las maravillas del transporte público, subió una niña, de no más de 16 años, vestida de escolar que, literalmente, me hizo estallar de la risa en su cara. Por la expresión que puso, deduzco que ese era exactamente el efecto que quería lograr. Su “personaje” –porque dudo que pueda llegar a ser así realmente- consistía en la figura de una estudiante, de rasgos marcadamente caucásicos, pero con deseos irrefrenables de ser oriental. Sus ojos estaban pintados de modo que intentaba –porque no lo lograba- parecer una oriental, resaltando unos distinguidos y vistosos brillos rosados y dorados. Su pelo, teñido de todos los colores disponibles en el mercado nacional e internacional, hacían perfecto juego con un chupete fucsia que meneaba en su boca a más no poder…¡16 años!… I mean…get a psychiatrist urgently!!!
Debo decirlo –y me perdonarán mis lectores- ¿se supone que esta mierda es el futuro de Chile? Si tengo que compartir mi futuro con esta tropa de vagos, depresivos, payasos, simplones e ignorantes; prefiero seguir los consejos de Fray Luis de León en su “Oda a la Vida Retirada” y vivir en las montañas o, en su defecto, irme a una isla desierta a parlotear con cuanto primate encuentre (sin duda alguna tendrán algo más interesante que decir que la fauna nacional).
Honestamente, una buena paliza y un “¡a trabajar!” no vendrían nada de mal, miren que para ver imitaciones de personas y seres del sub-mundo, basta encender el televisor en las mañanas o en las noches… uno que otro opinólogo, intentos de periodistas y la Marlencita son suficiente ridiculez para el pueblo…
Nota al margen: Que me perdonen Mozart y Fray Luis de León por nombrarlos en el mismo artículo que semejantes engendros.